miércoles, 8 de junio de 2011

Otros fenómenos cognoscitivos; y Fenómenos de Orden Afectivo. EXTASIS E INCENDIOS DE AMOR

6)     Otros fenómenos cognoscitivos; y Fenómenos de Orden Afectivo (Éxtasis e Incendios de amor)

6)     Otros fenómenos cognoscitivos


Bajo este título genérico e inconcreto vamos a agrupar una serie de fenómenos místicos que, sin ser propiamente visiones, locuciones ni revelaciones, se refieren también, de alguna manera, al  conocimiento. Son ciertas aptitudes especiales que reciben las almas, de una manera sobrenatural o infusa, en orden al ejercicio de las ciencias o de las artes.  Vamos a enumerar las principales, indicando brevemente sus características fundamentales. Al final daremos el juicio teológico que deben merecernos todos estos fenómenos en conjunto (73).

1.        Iniciación  milagrosa en los primeros elementos de la enseñanza primaria. —En virtud de esta gracia, Santa Catalina de Siena aprendió a leer y a escribir instantáneamente con el fin de poder rezar el breviario y de explayar su corazón por escrito al salir de sus éxtasis.  Santa Rosa de Lima, niña aún, aprendió de la misma manera a escribir con excelente caligrafía.  Todavía se citan otras tres dominicas favorecidas del mismo modo: la Beata Osana de Mantua y las Bienaventuradas Agueda de la Cruz y Esperanza López.  El caso de esta última lo testifica el capítulo general celebrado en Roma en 1629 (74).


(73)    Cf. RIBET, La mystique divine t.4 c.17 y 18, de donde tomarnos estos datos.
(74)  Cf. RIBET, o.c., t.4 c.17 n. 2.

2.        Conocimientos sobrenaturales de Teología mística.—Sabido es que Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús—grandes lumbreras de la Mística---debieron a la infusión divina, muchísimo más que a su esfuerzo personal, las grandes luces que han dejado a la posteridad en sus obras inmortales.

3.      Profundos conocimientos de toda la Teología.—La figura más representativa en este sentido es, sin duda, alguna, Santo Tomás de Aquino.  Esta figura colosal, en la que parece haberse personificado la Teología cristiana, recibió de Dios una inteligencia portentosa capaz de penetrar en lo más hondo de la naturaleza íntima de las cosas.  Sin embargo, cuando se considera la brevedad de su vida, el número prodigioso de sus obras escritas en poco más de veinte años, su perfección y profundidad admirables, la manera con que las compuso: orando, llorando, ayunando para encontrar la solución de las dificultades, dictando a veces a tres o cuatro amanuenses sobre materias diferentes sin ninguna vacilación ni equivocación, continuando su dictado sobre el mismo asunto al despertar después de haberse dormido rendido por la fatiga, etc., etc., es imposible  no ver en la ciencia del Doctor Angélico, al lado de su talento genial y sin perjuicio de él, un verdadero milagro de infusión divina.  Fray Reginaldo, su secretario  y compañero íntimo, estaba plenamente convencido de ello (75).

4.        Habilidad infusa para el ejercicio de las artes. —Se citan multitud de ejemplos. Así, v.gr., para la poesía, San Francisco de Asis, Tomás de Celano y Jacobo de Todi, autores, respectivamente, de los maravillosos Himno al Sol, Dies irae y Stabat Mater (76);  para la música, Santa Cecilia y Santa Catalina de Bolonia; para la pintura, el dulcísimo Fray Angélico de Fiésole, a quien se le escapaban por los pinceles los ardores místicos de su alma, encendida en el amor divino; para la escultura y arquitectura tenemos en la Sagrada Escritura el ejemplo de Beseleel, de quien dice expresamente que fue lleno del espíritu de Dios y de ciencia en toda suerte de labores para construir el maravilloso tabernáculo y el arca de la alianza en compañía de Oliva y sus demás socios (77); y , en fin, para la elocuencia valgan por todos los ejemplos maravillosos de San Vicente  Ferrer y San Francisco Javier.

         Naturaleza de estos fenómenos. —Todos estos fenómenos—si exceptuamos, acaso, los relativos a la Teología mística y dogmática—podrían ser preternaturales, ya que no trascienden ni rebasan las fuerzas del demonio. Pero cuando son sobrenaturales pertenecen en su casi totalidad a las gracias gratis dadas. Realizan plenamente la definición misma de gracias gratis dadas: no santifican de suyo al que las recibe y se ordenan per se a la utilidad de los demás.
           
No obstante, algunos de ellos podrían explicarse por una irradiación de los dones del Espíritu Santo; y ésta es, nos parece, la verdadera explicación de los relativos a la Teología mística y a la dogmática.  Sabido es—ya lo vimos en su lugar correspondiente—que los dones de
Sabiduría, entendimiento           y ciencia iluminan el entendimiento del místico con claridades resplandecientes  y  le  da  una  penetración portentosa  en  las  verdades de la fe y en las cosas
Divinas y aun humanas en orden a Dios, claro que, para algunos de los casos verdaderamente excepcionales que hemos citado, acaso habría que añadir también cierta influencia de las tres principales gracias gratis dadas correspondientes a esos dones; a saber: la fe, la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia. Con esto quedarían suficientemente explicados esos hechos sin recurrir al milagro.


(75)  Cf. Process de vita S. Thom. Aquin.: BB 7 mart t.7 p.704 n.58: “Item dixit se audivise a Fr. Raynaldo de Priverno socio dicti Fr. Thomae, de scientia ipsius, quod eius scientia non fuerat a naturali ingenio adquisita, sed per revelationem et infusiones, Spiritus Sancti; quia nunquam ponebat se ad scribendum aliquod opus, nisi praemissa oratione et effusione lacrymarum; et quando in aliquo dubitabat, recurrebat ad orationem et perfusus lacrymis de ipso dubio revertebatur clarificatus et ductus”.
(76)  Cf.FEDERICO OZANAM, Les poétes franciscains 3.ª ed.). 
(77)  Cf. Ex. 31,1s.


FENÓMENOS DE ORDEN AFECTIVO

        
D i v i s i ó n

         Al empezar el estudio de los fenómenos de orden afectivo, hemos de recordar lo que ya dijimos en la introducción general a todos ellos. No es posible establecer una división perfecta y adecuada de esta clase de fenómenos, ya que por maravilla podrá encontrarse alguno que este circunscrito exclusivamente al entendimiento, a la voluntad o al organismo corporal. Es preciso, pues, como criterio y norma de división, fijarse en el aspecto que parezca fundamental y predominante para encontrar en él el principio clasificación. En este sentido, nos parece que deben considerarse como de orden predominantemente afectivo dos grandes fenómenos místicos; el éxtasis y los incendios de amor. Acaso podrían denominarse, con más propiedad, fenómenos psico-fisiológicos, puesto que, aunque tengan su raíz y foco principal en la voluntad, repercuten en el organismo de una manera tan extraordinaria, que muchos autores—a nuestro juicio con menos acierto—los clasifican entre los corporales. Pero, sea de ello lo que fuere, nosotros vamos a estudiarlos en esta sección, aún reconociendo que no encajan ni pueden encajar exclusivamente en ella ni en ninguna otra.


   El éxtasis místico no es gracia<<gratis dada>>


            Como vimos en su lugar correspondiente, el éxtasis místico, en lo que tiene de fenómeno interior o de oración, está muy lejos de ser una gracia gratis dada.  Entra, por el contrario, en el desarrollo normal de los grados de oración mística, y constituye, por lo mismo, un epifenómeno normal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero en lo que tiene de exterior y espectacular presenta ciertas semejanzas con los fenómenos sorprendentes de tipo extraordinario que venimos examinando. Ello ha determinado quizá el que muchos autores clarifiquen el éxtasis entre las gracias gratis dadas, cuando en realidad no pertenece a ellas, sino a los epifenómenos normales del desarrollo de la gracia. Es un fenómeno contemplativo altamente santificador para el alma que lo experimenta, como lo explica admirablemente Santa Teresa (1).   

            Hemos estudiado largamente el éxtasis en el lugar que le corresponde jurídicamente, y a aquellas páginas remitimos al lector (n.573ss).

    Los incendios de amor


1.        El hecho.—Es un hecho plenamente comprobado en la vida de algunos santos que las violencias de su amor a Dios se manifiesta a veces al exterior en forma de un fuego abrasador que caldea y hasta quema materialmente la carne y la ropa cercana a la zona del corazón (2).

2.      Sus grados.—Estas manifestaciones tan sorprendentes del amor se producen en grados muy diversos. Los principales son tres (3);


(1)  Cf., entre otros lugares, Moradas sextas c.4-6.
(2)  Cf. RIBET, o.c.,t.2 c.22.
(3)  Cf. RIBET, ibid., n.4-7.
            a)      SIMPLE CALOR INTERIOR.El primer grado consiste en un calor extraordinario en el corazón  que se expansiona y repercute después en todo el organismo.  Un caso notable de este fuego consumidor es el de la Beata  Juliana de Cornillón, a la que se debe el primer impulso para que la santa Iglesia instituyera la fiesta solemnísima del Corpus. Santa Brígida sentía ardores tan vivos en su corazón, que no percibía el frío intensísimo de Suecia. Es clásico, en fin, el episodio de la vida de San Wenceslao, duque de Bohemia; visitando de noche las Iglesias con los pies descalzos a través del hielo y de la nieve, dejaba  en pos de sí la impronta ensangrentada de sus pasos; y como su criado que le acompañaba se quejase del frío intensísimo que sentía en los pies, le recomendó el Santo que procurase pisar siempre la huella que él iba dejando; con lo cual dejó inmediatamente de sentir el frío.

            b)       ARDORES INTENSÍSIMOS.—El fuego del amor divino puede llegar a ser tan intenso, que sea preciso recurrir a los refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de San Estanislao de Kostka que era tan intenso el fuego que consumía su corazón, que en el rigor del invierno era preciso aplicarle paños empapados en agua helada. San Francisco Javier, no pudiendo resistir a veces en sus correrías apostólicas el ardor que le devoraba, se veía obligado a descubrirse el pecho a la altura del corazón, como se le vio hacerlo aun en las plazas de Goa, de Malaca y a la orilla del mar. San Pedro de Alcántara, consumido por este ardor de la caridad, no podía permanecer en su celda; tenía que echar a correr por la campiña a fin de amortiguar un poco, con el aire fresco, el fuego de su corazón. La caridad que inflamaba a Santa Catalina de Génova era tan ardiente, que no se le podía acercar la mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.
            c)      LA QUEMADURA MATERIAL. —Cuando el fuego del amor llega al extremo de producir la incandescencia y la quemadura material, se realiza en toda su plenitud el fenómeno que los autores místicos denominan <<incendio de amor>>.
Por más que asombre y maraville, este fenómeno se ha comprobado varias veces en la vida de los santos. El corazón de San Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas, ardía de tal modo en el fuego del divino amor, que más de una vez la parte correspondiente de su túnica de lana apareció completamente quemada y dos de sus costillas presentaban una curvatura notable al lado izquierdo. El mismo fenómeno en sus dos aspectos—quemadura y curvatura—se comprobó también en Santa Gema Galgani.
            Uno de los casos más sorprendentes es el de San Felipe Neri. Las palpitaciones de su  corazón eran tan fuertes cuando realizaba alguna función sagrada o hablaba de las cosas de Dios, que parecía que su pecho iba a estallar. Su cuerpo temblaba de tal modo, que repercutía en los objetos que se encontraban a su alrededor; su cama, su misma habitación, etc., como si se hubiera  producido un  pequeño temblor de tierra. A pesar de  su gran mortificación, se veía
obligado a beber de cuando en cuando un vaso de agua helada para aliviar un poco su garganta, reseca por la respiración ardiente que se escapaba de su pecho. A veces tenía que arrojarse al suelo y descubrirse totalmente al pecho para desahogar un poco el fuego interior que le consumía. Al practicarle la autopsia después de su muerte, los médicos le encontraron la cuarta y quinta costillas  izquierdas rotas y perfectamente separadas; en este espacio agrandado, su corazón—que era de un tamaño y fuerza muscular extraordinarios—podía dilatarse con más amplitud. Estos fenómenos se habían verificado en él a los veintiún años de edad, y vivió cerca de sesenta años más, muriendo a los ochenta.
3.        Explicación de estos fenómenos (4).—La explicación de estos hechos no deja de ofrecer sus dificultades, aun cuando no sea en ellos todo misterioso.
         Aunque el corazón no sea el órgano del amor, es indudable que en él repercute la vida afectiva del alma. Cuando más avive y excite el hombre su vida de amor, tanto más profundo es el contragolpe de esta actitud interior en su corazón. Este contragolpe se acusa por una aceleración creciente de la sangre en este órgano y en consecuencia, en el cuerpo entero.  Ahora

(4)  Cf. RIBET, l.c., n.8.

bien: la intensidad del calor está en relación directa con la del movimiento, que es su verdadero generador, como demuestra la física. Así podrían explicarse—en parte al menos—las primeras manifestaciones imperfectas de estos fenómenos místicos; el amor acelera el movimiento del corazón; este movimiento determina un calor proporcionado en este órgano, y después en el resto del organismo.
            Sin embargo, es preciso confesar que esta explicación es del todo insuficiente para explicar el fenómeno en el segundo y sobre todo en el tercer grado, esto es, cuando llega a producir una verdadera quemadura material. No solamente porque la correlación  entre el amor íntimo del alma y el calor sensible de los órganos no es tan grande que pueda llegar a esos extremos, sino, además, porque se ha comprobado muchas veces que esa incandescencia tan sorprendente se ha producido en los místicos sin ningún síntoma de fiebre ni de aceleración anormal de la sangre. Por otra parte, el cuerpo no podría soportar naturalmente estas sacudidas tan violentas. El organismo humano sucumbe sin remedio ante una fiebre interior que rebase los cuarenta y tres grados centígrados, temperatura muy inferior a la que exige una verdadera quemadura material de la carne o de la ropa. Por consiguiente, si, verificándose esta quemadura, el santo no sucumbe ni su carne se calcina, la única explicación posible hay que buscarla en el milagro. Al menos, hoy por hoy, la ciencia es impotente para encontrar una explicación satisfactoria en el orden puramente natural.
            ¿Podría darse este fenómeno por intervención diabólica? Indudablemente que sí. El demonio puede producir la incombustión de un cuerpo y la quemadura de otro que esté en contacto con él interponiendo entre el fuego y uno de los cuerpos un obstáculo invisible para el hombre. Para distinguir esta falsificación diabólica del fenómeno auténticamente milagroso o sobrenatural habrá que recurrir a las reglas generales del discernimiento de los espíritus, habida cuenta de todas las circunstancias que rodeen los hechos.

LOCUCIONES Y REVELACIONES

LOCUCIONES Y REVELACIONES
2)      Locuciones


1.      Noción. —El segundo fenómeno en que hemos dividido los relativos al conocimiento  son las locuciones. Se distinguen de las visiones en que éstas presentan a la mirada del espíritu realidades o imágenes, mientras que las locuciones son fórmulas que enuncian afirmaciones o deseos. Además, las visiones pueden producirse sin locuciones, y éstas pueden producirse sin aquellas. Aunque de ordinario los dos fenómenos se producen casi siempre juntos.

         Hay que repetir aquí lo que ya hemos dicho con respecto a las visiones. Propiamente, la palabra locución se refiere únicamente al lenguaje articulado percibido por el oído corporal del oyente. Pero por extensión y analogía se aplica también a la imaginación y al entendimiento.

2.        División.—Como las visiones, las locuciones son también de tres clases: auriculares, imaginarias e intelectuales, según que se perciban por los oídos corporales, la imaginación o el entendimiento. Las más perfectas—ya lo vimos también en las visiones—son las intelectuales; luego vienen las imaginarias, y, por último, las auriculares. Digamos algo de cada una de ellas.

         A)   Locuciones Auriculares. —Se llaman así las que son percibidas por los oídos corporales.  Son vibraciones acústicas formadas en el aire por los ángeles o los demonios.  Estas palabras algunas veces parecen salir de las visiones corporales, de una imagen, de la Sagrada Eucaristía o de otro objeto de que Dios quiera valerse para instruirnos (34).

            Son muy numerosos los ejemplos de estas locuciones corporales tanto en la Sagrada Escritura como en las vidas de los santos.  Son clásicas las de Adán y Eva, Agar, Samuel, etc., y las del ángel Gabriel a Zacarías y María (35).

         B)     Locuciones Imaginarias. —Son las que no se oyen con los oídos corporales, pero se perciben claramente con la imaginación ya durante el sueño  o en estado de vigilia.  Pueden proceder no solamente de Dios, sino también de los ángeles buenos o malos (36),  excitando o combinando las especies imaginarias ya anteriormente percibidas por los sentidos, pero no infundiendo nuevas especies que jamás hayan pasado por ellos (37). Se distinguen de las actividades naturales de la imaginación en que no son producto de la propia industria ni pueden dejarse de percibir aunque el alma las rechace o quiera distraerse de ellas. Por lo demás, la regla fundamental para distinguir las de Dios—o de los ángeles buenos—de las diabólicas o puramente naturales es siempre el examen cuidadoso de los efectos y frutos que producen en el alma. Las de Dios dejan en el alma humildad, fervor, ansias de inmolación, espíritu de obediencia, deseo de cumplir con perfección los deberes del propio estado, etc., etc. Las de la propia naturaleza no producen fruto ninguno; y las diabólicas los producen malos: sequedad, inquietud, insubordinación, vanidad, etc.          

A)          Locuciones Intelectuales. —La locución intelectual es aquella que se hace oír directamente en el entendimiento sin el concurso de los sentidos externos o internos, al modo que los ángeles se comunican sus pensamientos.


(34)  Cf. VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5 a.8 n.750.
(35)  Cf. Gen 3,9; c.21. 14-19; I Reg. 3,3s: Lc 1,11-20.26.26-38
(36)  I, I I I , 3.
(37)  I, I I I ,3 ad.2


         Dos elementos concurren a la formación de este lenguaje espiritual: las especies inteligibles preexistentes o infusas (38) y la luz sobrenatural, que las ilumina con claridad inefable. Estas comunicaciones, aunque diferentes en la forma. Tiene, no obstante, grandes analogías con la visión intelectual. Cuando son verdaderas escapan a todo otro poder inferior al del mismo Dios. Ya hemos explicado más arriba la razón.

         Clases de locución intelectual.—San Juan de la Cruz—y con él todos los tratadistas posteriores—divide las locuciones intelectuales en tres clases, que él llama sucesivas, formales y sustanciales. Escuchemos sus palabras.    
                  
         Sucesivas llamo ciertas palabras y razones que el espíritu,  cuando está recogido entre  
sí, para consigo suele ir formando y razonando.  Palabras formales son ciertas palabras
         distintas y formales que el  espíritu recibe no de sí, sino de tercera persona, a veces  es-
         tando recogido, a veces no lo estando. Palabras sustanciales  son otras palabras que tam-  
         bién formalmente se hacen al espíritu a veces estando recogido, a veces no; las cuales en
         la sustancia del alma hacen y causan aquella sustancia y virtud que ellas significan” (39)       
         Digamos algo de cada una en particular.
        
a)                          Sucesivas.—A primera vista, estas locuciones son puramente humanas, puesto que nos dice el Santo que el espíritu las va formando y razonando. Pero, como explica después (40), en realidad proceden de la luz divina del Espíritu Santo, que “le ayuda muchas veces a producir y formar aquellos conceptos, palabras y razones verdaderas”. Por eso, el alma las va formando con tanta facilidad y perfección. Es una acción combinada del Espíritu Santo y del alma, “de manera que podemos decir que la voz es de Jacob y las manos son de Esaú”. Y se llaman sucesivas porque no se trata de una luz instantánea e intuitiva, sino que el Espíritu Santo va instruyendo al alma a manera de razonamientos sucesivos.
b)                         
En cuanto locución intelectual, no cabe en estas palabras engaño alguno. Pero cábelo —advierte San Juan de la Cruz— en los conceptos y razones que va formando el entendimiento: “que como ya comenzó a tomar hilo de la verdad al principio, y luego poner de suyo la habilidad o rudeza de su bajo entendimiento, es fácil cosa ir variando conforme a su capacidad”.

         De todas formas, las ilusiones y engaños procederán siempre de la imaginación del sujeto; nunca del demonio, que nada tiene que hacer aquí.
           
b) Formales.—Estas locuciones son las que se perciben en el entendimiento como  viniendo claramente de otro, sin poner uno nada de su parte, ya estando el espíritu recogido, ya distraído, a diferencia de las sucesivas, que siempre se refieren a lo que el espíritu estaba considerando.
         De suyo, las palabras intelectuales formales no pueden nunca inducir a error. Y la razón es porque ni el entendimiento pone nada de su parte ni el demonio tiene acción directa sobre él.  Pero puede, no obstante, haber ilusión, tomando por palabras divinas los artificios del demonio sobre la imaginación. Los efectos que producen, aun las divinas, son muy escasos --dice San  Juan de la Cruz--, y por eso apenas se pueden distinguir por los efectos (41).


(38)  Según Cayetano, para el lenguaje de los ángeles bastan las especies inteligibles preexistentes; por consiguiente, bastarían también para la conversación intelectual del alma con Dios o con los ángeles (Cf. In I.P. q.107 a-1; MEYNARD, o.c., t.2 n.311)
(39)  Subida II,28,2.
(40)  Cf. Subida II,29,1-3.
(41)  Subida II,30,5.

c)   Sustancias.—Son las mismas formales, pero con eficacia soberana para  producir en el alma lo que significan; v.gr., si Dios dice al alma “sé humilde” o “tranquilízate”, al instante se encuentra el alma anonadada y llena de humildad, o se queda gozando de imperturbable y suavísima paz aunque tal vez segundos antes estuviera toda turbada y alborotada.     
         En estas locuciones sustanciales no cabe error o ilusión. Es evidente que efectos tan sobrenaturales e instantáneos superan con mucho a toda potencia humana o diabólica. El alma no tiene más que humillarse y dejarse en manos de Dios, sin buscar ni rehusar nada (42). El alma se siente como sobrecogida por la majestad soberana de Dios, “cuyas palabras son obras”, como dice San Teresa (43).

1.           Naturaleza teológica de las locuciones. —Dada la estrecha afinidad y semejanza de las locuciones con respecto a las visiones, hemos de repetir aquí lo que allí decíamos. De suyo, las locuciones no entran en el desarrollo normal de la gracia santificante, y suponen, por lo mismo, un favor del todo gratuito y sobreañadido.  Pertenecen, pues, per se a las gracias gratis dadas, y entre ellas hay que referirlas reductive a la profecía. De todas formas—como ya vimos al exponer la teoría general de las gracias gratis dadas--, muchas de estas locuciones causan un gran bien al alma que las recibe, sobre todo las sustanciales, que producen el bien que significan. En general, no deben desearse las locuciones por los peligros a que exponen, a no ser las sustanciales, en las que nada hay que temer. El mismo San Juan de la Cruz, tan rígido y severo en rechazar todas estas clases de gracias extraordinarias, no vacila en escribir hablando de las palabras sustanciales: “Dichosa el alma a quien Dios la hablare. Habla, Señor, que tu siervo oye” (44).

3)      Revelaciones

1.      Noción.—Nominalmente la palabra revelar vale tanto como “quitar el velo” que oculta a una cosa-  En su significación real, podemos definirla, con Vallgornera, diciendo que es “la manifestación sobrenatural de una verdad oculta o de un secreto divino hecha por Dios para bien general de la Iglesia o para utilidad particular del favorecido(45).
El velo que oculta a la cosa revelada puede desaparecer sobrenaturalmente por medio de una visión, locución o instinto profético. Toda revelación divina perfecta supone el don de profecía, y su interpretación requiere el de discreción de espíritus.

2. División fundamental.—De la misma definición de Vallgornera se desprende la división fundamental de las revelaciones divinas en públicas y privadas, según que se dirijan a toda la Iglesia —las Sagradas Escrituras— o a una persona en particular. Las públicas son el fundamento de nuestra fe, y sólo la Iglesia es su depositaria y guardiana; de ellas se ocupan la Apologética —motivos de credibilidad— y la Teología dogmática, principalmente en los tratados de Lugares teológicos y De fide. A la Teología mística afectan únicamente las revelaciones particulares o privadas.

3.   Otras divisiones.—Los autores suelen dividir las revelaciones—por razón de su forma—en absolutas, condicionadas y confirmatorias según que no dependan de condición alguna, o dependan de ella, o lleven consigo alguna amenaza o anuncio de castigo. Estas últimas—lo mismo que las que ofrecen premios—suelen ser condicionadas. Así, v.gr., la profecía de Jonás sobre la destrucción de Nínive y el vaticinio de San Vicente Ferrer sobre la proximidad del juicio final, aun probada esta revelación y misión divina del Santo con estupendos milagros.

(42)  Subida II,31.
(43)  Cf. Vida 25,18.
(44)  Subida II,31,2; cf. I Reg 3,10.
(45)  Cf. VALLGORNERA, o.c., q.3 d.5 a.4 n.718.
Cuando las revelaciones se refieren a acontecimientos futuros, se les da ordinariamente el nombre de profecías, aunque de  suyo la profecía abstrae del tiempo y del espacio. Y suelen dividirse estas profecías en perfectas e imperfectas, según que el profeta al hacerlas conozca los extremos de la verdad que anuncia y se dé cuenta de que la anuncia como manifestada por luz divina o sin que conozca el alcance de la misma (v.gr., mediante símbolos o enigmas, en cuyo caso se llama simbólica), o también sin saber la misión que está realizando. A esta última suele llamársela instinto profético. Tal fue, v.gr., la profecía de Caifás cuando anunció que Cristo moriría por todo el pueblo (46). Las revelaciones o profecías se reciben por medio de visiones y locuciones divinas; y de ordinario se sirve Dios para hacerlas del ministerio de los ángeles (47).  Las imperfectas sólo presuponen una moción interior o cierta inspiración más o menos inconsciente.

4.     Las  revelaciones privadas.—a)  Existencia.—Siempre han existido almas ilustradas con el espíritu de profecía(48).  Es un hecho reconocido por la Sagrada Escritura y por la autoridad de la Iglesia en los procesos de canonización. Discutir la posibilidad de las revelaciones privadas—dice Meynard (49) —sería desconocer una de los caracteres de santidad de la verdadera Iglesia y el soberano poder de Dios.

c)                           No entran en el Depósito de la Fe. —Nuestra fe se apoya en la revelación hecha a los profetas y a los apóstoles, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición bajo el control y vigilancia de la Iglesia. Las revelaciones particulares, cualquiera que sea su importancia y autenticidad, no pertenecen, pues, a la fe católica.

No obstante, reconocidas como tales después de un prudente juicio, sin duda alguna deben los que las han recibido directamente inclinarse con respeto ante ellas.  Si esta adhesión debe ser en ellos acto de fe divina, lo discuten los teólogos; la opinión afirmativa—al menos cuando el hecho de la revelación sea del todo evidente—parece más aceptable.
      
Lo dicho de los mismos que reciben las revelaciones se entiende también de aquellos a quienes Dios manda intimar sus designios, con tal de que tengan pruebas ciertas de la autenticidad de esta revelación (50).  Para los demás no puede pasar de piadosa creencia, sin que tengan que darles asentimiento de fe divina aunque hayan sido aprobadas por la Iglesia como no contrarias al dogma ni a la sana moral.  Cuando la Iglesia aprueba una revelación privada, no intenta garantizar su autenticidad; declara simplemente que nada encierra contrario a la Sagrada Escritura y a la doctrina católica y que puede proponerse como probable a la piadosa creencia de los fieles. Sin embargo, sería muy reprensible contradecirlas o ponerlas en ridículo después de la aprobación de la Iglesia (51).

Alcance de las Revelaciones Privadas. — Aun teniendo una revelación privada los caracteres de divina según las reglas de discreción, puede resultar falsa si se la quiere extender a un campo que no le corresponde por más que se halle cercana a él. Acontece con mucha frecuencia en tales revelaciones que la actividad intelectual de quien las recibe, sus conocimientos naturales y hasta sus preocupaciones teológicas o científicas contribuyen poderosamente a la formación de ciertos detalles del cuadro, episodio o discurso revelado, alterando su verdadero sentido o introduciendo elementos humanos en mezcla con los divinos (52). 

(46)   Io II,49-52.—Cf. II-II,171,5.
(47)   Cf. II-II,172,2.
(48)  Cf. II-II,174,6 ad.3.
(49)  La vida espiritual vol.2 n. 322.
(50)  Cf. BENEDICTO XIV, De serv. Dei Beatif . s.3 c. ult.n.12
(51)  MEYNARD, o.c., N.323-25.—Cf. SAUDREAU, L’etat mystique n.233-30 (ed. 1921)
(52)  Cf. NAVAL, Curso de ascética y mística n.272 (354 en la 8ª ed.).
c) Alcance de las Revelaciones Privadas. —Aun teniendo una revelación privada los caracteres de divina según las reglas de discreción, puede resultar falsa si se la quiere extender a un campo que no le corresponde por más que se halle cercana a él. Acontece con mucha frecuencia en tales revelaciones que la actividad intelectual de quien las recibe, sus conocimientos naturales y hasta sus preocupaciones teológicas o científicas contribuyen poderosamente a la formación de ciertos detalles del cuadro, episodio o discurso revelado, alterando su verdadero sentido o introduciendo elementos humanos en mezcla con los divinos (52). Muchas veces estas alteraciones son debidas indudablemente a los editores y amanuenses o copistas. Y así acontece, v.gr., que las revelaciones de Santa Catalina de Siena, dominica, coinciden totalmente con la doctrina de Santo Tomás y las de la Venerable María de Agreda, franciscana, favorecen casi siempre la doctrina de Escoto.      
Otro escollo en el que fácilmente se puede tropezar es el relativo a la interpretación de esas revelaciones aun suponiendo que se hayan recibido y transmitido sin ninguna corrupción o interpelación humana. No da el Señor sus luces sobrenaturales para que sin tiento ni consideración se apliquen según la conveniencia de cada uno, y permite a veces que se interpreten mal para castigar alguna presunción o curiosidad habida en ellas (53). San Juan de la Cruz expone largamente esta doctrina y aduce diferentes casos del Antiguo Testamento en confirmación de ella (54).
d)     Naturaleza teológica de las Revelaciones. —Hemos de repetir una vez más lo que ya hemos dicho al tratar de las visiones y locuciones. De suyo, estas gracias no entran en el desarrollo normal de la gracia santificante y ni siquiera la suponen necesariamente en el alma, como en el caso de Caifás. Pertenecen, pues, per se a las gracias gratis dadas, y entre ellas  causan un gran bien al que las recibe, en el sentido que ya hemos explicado. De todas formas, los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que no deben desearse estas gracias por los grandes peligros a que exponen, ya que el demonio o la propia fantasía tienen aquí un gran campo de acción para verificar en él toda clase de engaños e ilusiones. San Juan de la Cruz tiene por pecado—a menos venial—el pedir a Dios revelaciones (55).

e)        Reglas de Discernimiento. —Vamos a resumir brevemente las principales que  indican los maestros espirituales:
1.ª      Hay que rechazar como absolutamente falsas las revelaciones opuestas al dogma o a la moral. En Dios no cabe contradicción.
2.ª     Las revelaciones contrarias al común sentir de los teólogos o que dan como revelado lo que libremente se discute en las escuelas, son gravemente sospechosas.  La mayoría de los autores dicen que deben rechazarse; otros dicen que podrían admitirse después de examinadas con particular escrupulosidad.  Benedicto XIV refiere ambas opiniones sin dirimir la cuestión (56).   
3.ª     No se debe rechazar, sin más, una revelación porque alguna de sus parte o algún detalle sean evidentemente falsos.  Puede ser que lo restante sea verdadero (57).
4.ª    No puede darse por divina una revelación por el hecho de cumplirse en parte o en todo.  Porque podría ser efecto de la casualidad o de conocimiento naturales (58).
5.ª   Revelaciones que tienen por objeto cosas inútiles, curiosas o inconvenientes hay que rechazarlas como no divinas. Dígase lo mismo de las que son prolijas sin necesidad o van cargadas de pruebas y razones superfluas.  Las revelaciones divinas suelen ser muy breves y discretas;  pocas palabras y muy claras  y precisas (59).
6.ª     Examínense cuidadosamente la persona que recibe las revelaciones, su temperamento y su carácter.  Si es discreta y juiciosa, si goza de buena salud, si es humilde y mortificada, si está adelantada en santidad, etc.;  o si, por el contrario, está extenuada por austeridades o enfermedades, si padece de afecciones nerviosas, si es propensa al entusiasmo y exaltación, si divulga fácilmente sus revelaciones, etc. Por aquí podrá sacarse una fuerte conjetura sobre el origen de tales revelaciones (60).

Citas (53) a (60) en la siguiente página.

7.ª    En fin, la principal regla de discernimiento—en esto como en todo—serán siempre los efectos que producen en el alma las pretendidas revelaciones: “El árbol bueno no puede dar frutos malos, ni el árbol malo darlos buenos (Mt. 7,18).